Pegamos las naricillas al cristal del escaparate y allí estaban, en un sitio de honor.
Detrás de la vitrina de las joyas de papel. En la mesa, junto a la antigua máquina de escribir, donde se acababa de teclear:
My friend
There was once a very lovely,
Había pasado sólo un día y ya les echaba de menos.
Nos habían acompañado las últimas tardes. Con tijeras y plegadera, escuchando boleros, habíamos cantado...si Dios me quita la vidaaaa, antes que a tiiiiiiiiiiiiii.
Les había dicho adiós después de oír "hijitos despediros de mamá" y recordaba, como había recortado cada pétalo, con la delicadeza que se cortan por primera vez las uñas a un bebé.
Se que es el mejor sitio donde pueden estar porque, en ese rincón único y en esa
tienda única, están esperando a que alguien sienta que es el momento de escribir una frase que regalar, un acontecimiento que anunciar o guardar la foto de un pie pequeñín al lado de las palabras de Amalia Bautista: "...sus dedos...diminutos, tienen la suavidad de los guisantes".
Esta vez no entramos a saludar a la
tendera, estaba liada, tenía una toalla enrrollada en la cabeza. Sentada en la ventana, tocaba la guitarra y cantaba a la luna.
... very frightened youthful girl. She lived alone except for a nameless cat red mouse”.